Por Leonel Herrera*
El 1 de junio el presidente ilegal anunció más “medicina amarga”, ahora en el ámbito económico. No detalló las medidas, ni a quienes serían aplicadas; sin embargo, la perspectiva derechista, el enfoque neoliberal y el carácter pro-oligárquico de su gobierno, hacían previsible que no sería para las élites pudientes, sino para los sectores populares y capas medias.
El pasado 1 de junio fue el sepelio de la democracia y el nacimiento de una nueva dictadura en El Salvador, con la toma de posesión del segundo mandato inconstitucional de Nayib Bukele, casi 90 años después de Maximiliano Hernández Martínez, el último gobernante autoritario que se reeligió ilegalmente en 1935.
El general Hernández Martínez también intentó perpetuarse en el poder, utilizando trucos legales parecidos a los usados por Bukele y mediante un control similar de la Asamblea Legislativa y el Órgano Judicial.
Historiadores y periodistas denominaron “martinato” a la dictadura de Hernández Martínez; por lo cual podríamos llamar a la de Bukele “bukelato”. El régimen de Martínez fue derrocado por la célebre “huelga de brazos caídos”, en abril y mayo de 1944; el de Bukele no se sabe cuándo ni cómo va a terminar.
A continuación comparto brevemente “diez apuntes para registrar el inicio de la nueva dictadura”, juntando en un solo texto algunas reflexiones que he planteado por separado y en forma dispersa en programas de análisis y columnas de opinión durante el mes de junio.
Demostración autoritaria previo a la coronación y un anuncio de lo que viene
Horas antes de la toma de posesión de Bukele fueron detenidos varios dirigentes de la Alianza Nacional El Salvador en Paz, sin orden de detención y algunos sacados de sus casas con engaños. Como reacción a la denuncia pública en redes sociales, la Policía Nacional Civil (no la Fiscalía) los acusó de planificar “actos terroristas”.
Uno de los capturados es Atilio Montalvo, ex comandante del FMLN y firmante de los Acuerdos de Paz, conocido durante el conflicto armado como “Salvador Guerra”. Su estado de salud es delicado y podría morir en prisión.
Otro detenido es José Santos Melara, ex jefe guerrillero conocido como “Pepe” y ex diputado del FMLN. Actualmente preside la Asociación de Veteranos de Guerra de El Salvador (ANVEGE) y es directivo del Instituto Administrador de los Beneficios de los Veteranos y Excombatientes (INABVE). Su situación de salud también es crítica.
También fue detenido ilegalmente Luis Menjívar, comunicador popular, líder comunitario y colaborador de varias organizaciones sociales, entre éstas la Alianza El Salvador en Paz. Policías y soldados lo esperaban en la entrada de su colonia en Chalatenango cuando regresaba de transmitir una conferencia de prensa donde se había denunciado la captura de sus compañeros.
Con esto Bukele desmontó las protestas pacíficas que realizaría la Alianza el 1 de junio y metió miedo inmovilizador a otras organizaciones que también se manifestarían contra la instalación de la dictadura. Así evitó cualquier acción que empañara su fiesta autoritaria y mandó un mensaje claro a quienes pretendan desconocer su mandato inconstitucional.
La captura de Montalvo, Melara y demás dirigentes de la Alianza es un mensaje tenebroso para cualquier periodista, activista, académico, defensor de derechos humanos o ciudadano común que incomode al dictador. Es una advertencia de que puede ser capturado sin motivo y acusado de “terrorista”, “asesino”, “corrupto” o cualquier cosa.
También es parte de una ofensiva específica contra el sector de veteranos y ex combatientes del conflicto armado, que responde al relato negacionista de que la la guerra no existió, los “Acuerdos de Paz son un farsa” y sus protagonistas son delincuentes.
El mal chiste de “respetar la Constitución”
Al ser juramentado por Ernesto Castro, presidente legislativo y principal lugarteniente de los Bukele, el autócrata juró “respetar la Constitución”. Lo dijo después de haber violado en forma flagrante y deliberada varios artículos que prohíben la reelección presidencial continua.
Pido perdón a las mujeres por esta comparación: que Bukele prometa “respetar la Constitución” es como si un feminicida se compromete a respetar a una mujer después de haberla violado y asesinado. Horas después, en una reunión con Donald Trump hijo, el violador de la carta magna se jactó de no haber incumplido nunca alguna regla.
Esto confirma el cinismo de Bukele y su desprecio por la legalidad, la institucionalidad y el estado de derecho. También deja al Estado sin solvencia y autoridad para aplicar las leyes a la población porque ¿cómo puede acusar a un ciudadano o ciudadana de incumplir una norma, si el propio presidente viola la ley más importante del país?
“Autocracia desinformativa”
En su discurso, Bukele dijo un montón de falsedades. Una de las mentiras más importantes fue que su nuevo gobierno es reconocido por “el 100% de los países del mundo” y que a ninguna toma de posesión anterior acudieron tantos gobernantes extranjeros.
La verdad es que Alemania, Canadá y muchos otros países de todos los continentes siguen sin reconocer al gobierno inconstitucional de Bukele; y en esta toma de posesión sólo habían ocho presidentes, todos de ultraderecha, excepto la “izquierdista” hondureña Xiomara Castro, quien avaló la reelección ilegal de Bukele después de haber criticado la de su compatriota Juan Orlando Hernández.
Otra falacia es que el combate contra las pandillas y demás acciones de su anterior mandato, Bukele las hizo “sin subir los impuestos”, omitiendo decir que lo hizo endeudando al país por más de 10,000 millones de dólares, tomando unos 1,400 millones de las pensiones y obligando a la banca privada a prestarle cada vez más dinero de los ahorrantes.
El “bukelato” cabe en la categoría de “autocracia desinformativa”, que algunos académicos ya utilizan para definir a gobernantes autoritarios que se basan en la desinformación, la post verdad y gigantescos aparatos de comunicación digital. El 1de junio el presidente inconstitucional ratificó la mentira como principal política de comunicación.
La metáfora del falso “buen médico”
Bukele se presentó como un “buen médico” que está curando gradualmente los males de una sociedad enferma. Dijo que en su gobierno anterior sanó el cáncer de las pandillas y que en el presente quinquenio curará otra enfermedad que afecta a la población: la crisis económica. Aseguró que sólo él puede hacerlo y pidió no buscar a ningún otro.
La comparación es falsa y charlatana, pues un verdadero médico diagnostica e interviene integralmente: trata prioritariamente lo más urgente, pero no cura una enfermedad primero, luego otra y así sucesivamente. Bukele, en realidad, se comparó con médico farsante y aprovechado que cobra durante mucho tiempo por tratamientos que podrían ser más cortos.
A primera vista, la metáfora busca justificar el énfasis en seguridad y la falta de acción en el resto de problemas, sobre todo el alto costo de la vida, el desempleo y el aumento de la pobreza. Sin embargo, en el fondo, es una excusa para perpetuarse en el poder: Bukele hace creer que él, y sólo él, debe permanecer en el poder hasta que el país esté completamente sano.
Nuevas “medicinas amargas”
Hace cinco años Bukele anunció que habría “medicinas amargas”. Y éstas fueron las capturas arbitrarias de personas inocentes, asesinatos en las cárceles y demás violaciones de derechos humanos cometidos en el régimen de excepción necesario -según el relato gubernamental- para combatir a las maras y “curar la enfermedad de la inseguridad”.
También fueron “medicinas amargas” la eliminación de la transparencia y rendición de cuentas, el desmantelamiento de la institucionalidad, la reversión de la democracia y la consolidación del autoritarismo.
El 1 de junio el presidente ilegal anunció más “medicinas amargas”, ahora en el ámbito económico. No detalló las medidas, ni a quienes serían aplicadas; sin embargo, la perspectiva derechista, el enfoque neoliberal y el carácter pro-oligárquico de su gobierno, hacían previsible que no sería para las élites pudientes, sino para los sectores populares y capas medias.
Ciertamente. Incluso antes del anuncio, Bukele ya había aplicado la primera “medicina amarga” para la gente: eliminó 35.5 millones de dólares al subsidio del gas y 16.2 millones a la energía eléctrica; y recortó 63.2 millones a educación básica, 62.3 millones a atención hospitalaria y 37 millones al primer nivel de atención médica.
A esto se agrega la reducción de fondos para saneamiento ambiental, acciones de reducción de vulnerabilidades y funcionamiento de las alcaldías, lo cual tuvo como consecuencia la deficiente atención de la reciente emergencia por las lluvias que causaron la muerte a una veintena de personas pobres.
La segunda “medicina amarga” es el despido de empleados públicos: recientemente fueron cesados 300 trabajadores del Ministerio de Cultura. El propio Bukele lo anunció en sus redes sociales con el argumento de ahorrar recursos públicos y sus propagandistas dijeron después que los despedidos promovían la “ideología de género”.
Es probable que para “reducir el gasto estatal”, el “bukelato” seguirá tirando a la calles a trabajadores y dejando sin sustento a sus familias, en vez de eliminar o disminuir el gasto en propaganda, asesores, lobistas, obras innecesarias y “eventos de primer mundo”.
Es posible que las siguientes “medicinas amargas” sean aumentar el IVA, subir otros impuestos al consumo y aprobar nuevos impuestos regresivos, en vez de aprobar una reforma fiscal progresiva donde “paguen más quienes tienen más”. El no pago de pensiones y restricciones a los ahorros bancarios, también podrían implementarse.
Estas “medicinas amargas” podrían aliviar uno de los síntomas de la enfermedad (la crisis de las finanzas públicas), pero empeorarán todos los demás (desempleo, pobreza, inflación, desigualdad y concentración de la riqueza).
Las “medicinas amargas” serán para los que siempre pagan las crisis; mientras los grupos económicos que co-gobiernan con el bukelismo seguirán aumentando sus ganancias. Por eso FUSADES y los gremios empresariales, antiguos defensores de la institucionalidad democrática, ahora callan mientras el país entra en la oscura noche de la dictadura.
La dictadura necesita borregos, no ciudadanos
Para funcionar, la dictadura bukeliana necesita tres condiciones indispensables: la primera es que no exista institucionalidad, contrapesos y entidades contraloras de la gestión gubernamental. Bukele es incapaz de gobernar respetando las reglas democráticas y su régimen sería inviable en un estado de derecho y respetuoso de los derechos humanos.
La segunda es que no haya transparencia, acceso a la información pública, mecanismos de rendición de cuentas y políticas anti-corrupción en la gestión pública. El régimen de Bukele se derrumba si renuncia a la opacidad y se abre al escrutinio de la prensa y de la población.
Y la tercera es que -en vez de ciudadanía informada, crítica, consciente, empoderada de sus derechos y demandante- la población sea un conjunto de borregos decadentes, alienados y fanatizados por la omnipresente propaganda gubernamental y la desinformación que impera en redes sociales y medios de comunicación.
Las primeras dos condiciones son controlables para el autócrata y sus cómplices, pero la tercera no. Eso explica el juramento de la multitud en la plaza: Bukele los hizo jurar que no se quejarán ni protestarán, que aceptarán con resignación las “medicinas amargas”, defenderán a capa y espada las acciones de la dictadura y no escucharán a los “enemigos del pueblo”.
Y los “enemigos del pueblo” son todas las personas críticas de la autocracia o cualquiera que disienta del relato bukelista: periodistas, analistas, activistas, opositores políticos, líderes religiosos y otros que cuestionen el autoritarismo, la corrupción o la falta de soluciones reales, estructurales y sostenibles a los problemas del país.
Con esto, el poderoso dictador se muestra débil y evidencia su temor a que la gente se informe, escuche versiones sobre la realidad distintas a la narrativa oficial, se vuelva crítica y exigente, se organice y se presione por sus derechos. Bukele sabe que cuando eso suceda, será el inicio del fin de su régimen dictatorial.
No habrá transparencia
Además de la represión política y las “medicinas amargas” en el ámbito económico, el nuevo gobierno de Bukele se caracterizará por una mayor intransparencia y opacidad en la gestión de los fondos públicos. Esta vez el propio gobernante inconstitucional pidió a la población que “no exija transparencia”.
“La transparencia que ofrezco es que puedan salir a la calle y no les pase nada”, dijo en su discurso de toma de posesión, confundiendo rendición de cuentas con seguridad pública. En tal sentido, es esperable que la corrupción, el clientelismo, el despilfarro y la opasidad sean aún mayor que la anterior gestión de Bukele.
El bukelismo intenta hacer creer a sus seguidores que la transparencia no es una obligación de los gobernantes y que la rendición de cuentas no es un derecho ciudadano, sino que es parte de una “agenda oscura” que promiscuos globalistas imponen en todo el mundo promoviendo leyes, apoyando a ONGs o financiando a medios de comunicación.
Según dicho relato, esta peligrosa “conspiración georgesorista” también es la responsable de impulsar otras obscenidades como la equidad de género, la participación ciudadana, el diálogo social y la cultura democrática.
Simbología dictatorial y delirios de grandeza
Con su parafernalia narcisista en la toma de posesión, Bukele se mostró como un dictador con ínfulas monárquicas: hablando a sus súbditos desde el balcón del palacio, luciendo una chaqueta napoleónica y exhibiendo detalles que demuestran su megalomanía, mesianismo y delirios de grandeza, como ningún otro gobernante en la historia del país.
Elemento significativo fue también la exhibición militar, incluidos trajes castrencese de la época de la Alemania nazi. Dos mil soldados de diferentes unidades del Ejército desfilaron para confirmar que son el principal aliado y sostén de la nueva dictadura, dispuesto a defender el proyecto del clan familiar que pretende perpetuarse en el poder.
La bendición del Arzobispo
A pocos metros de donde Monseñor Óscar Arnulfo Romero denunciaba la represión de la dictadura militar, el actual arzobispo capitalino José Luis Escobar Alas le concedió su bendición a la nueva dictadura más de 40 años después.
El aval de Escobar Alas a la reelección inconstitucional, a la ilegal toma de posesión y al nuevo gobierno ilegítimo de Bukele, contrasta -por ejemplo- con la decisión del Arzobispo Mártir de negarse a asistir a actos oficiales en protesta por los asesinatos, desapariciones, masacres y demás crímenes del oprobiosos régimen dictatorial de Carlos Humberto Romero en 1979.
El silencio cómplice ante las detenciones arbitrarias, asesinatos en las cárceles y demás violaciones a los derechos humanos cometidos por Bukele en el marco del régimen de excepción, muestran al actual jerarca católico muy lejos de la valentía, la actitud profética y el compromiso con el “Reino de Dios” que caracterizaban a San Romero.
Escobar Alas tampoco ha criticado la falta de transparencia, el desmontaje de la institucionalidad, el desmedido endeudamiento público, la toma gubernamental de los fondos de pensiones y las intenciones de reactivar la minería de metales. El Arzobispo dejó claro que no acompañará al pueblo, sino a la dictadura.
Hacia dónde vamos: el desenlace de la disputa narrativa vrs realidad
Como “autocracia desinformativa”, el “bukelato” se empeña en construir una “realidad paralela” a la realidad concreta que vive la mayoría de la población, dominada por condiciones materiales cada vez más difíciles.
En este proceso de construcción simbólica, el oficialismo utiliza una estrategia de difusión y una estrategia de silencio. En su discurso del 1de junio, Bukele usó las dos: habló de su gran logro en el combate a las pandillas y no dijo nada sobre todos los demás problemas que no resolvió; no habló del desempleo, la pobreza, la caída de la educación, etc.
El rumbo inmediato del país dependerá de quién se imponga: la “realidad ilusoria” o la realidad concreta. Si la propaganda y las falsas soluciones siguen dominando el imaginario social e inmovilizando la acción ciudadana, el régimen de Bukele podrá mantenerse; pero si no resuelve los problemas y la publicidad se agota, las condiciones de vida pesarán más y la situación podría ser distinta.