Por Marixela Ramos de Radio Victoria
Santa Marta en el departamento de Cabañas una de las comunidades exiliadas durante la guerra Civil que vivió El Salvador en los años ochentas.
Más de 3 mil habitantes de esta comunidad recuerdan después de 31 años como fue regresar a su país 1,987 cuando aun había guerra, después de haber pasado más de 5 años en el exilio en los campamentos de refugiados en Mesa Grande, San Marcos Ocotepeque, Honduras.
Fueron cuatro retornos los que esta población organizo, los que tuvieron lugar en las fechas: 10 octubre de 1,987, 5 de octubre de 1,988, 29 de octubre 1,989 y 22 de marzo 1,992 ,cada uno con su dificultad, pues eran tiempos duros en todos los contextos, tanto políticos, económicos y sociales, fue difícil y un acto de revolución organizarse para regresar a un país donde aun había guerra y lo que significo además reconstruir una comunidad totalmente arrasada por el ejército Salvadoreño, de aquella época, que cumplió con exactitud aquella tenebrosa misión ¨Tierra Arrazada¨ encomendada por el Coronel Ochoa Pérez destacado en el Destacamento Militar número 2 de Sensuntepeque, que consistió en disparar a todo lo que se moviera en las comunidades.
Resguardar a mujeres, ancianos y niños fue lo que hizo la comunidad que su único delito fue ser desobediente ante el sistema opresor y violador, una comunidad que intentaron masacrar más de una vez, y su nivel de organización y rebeldía mantuvo a salvo a la mayoría, en ese momento fue sacada de sus queridas tierras a punta de fusil, pero siempre creyendo firmemente que un día regresarían.
Retornar, volver a casa
”Ningún retorno fue fácil “aseguró el señor Carlos Bonilla, miembro del Comité Organizador del primer retorno en 1,987, con instancias de Naciones Unidos a través de la Agencia para los Refugiados ACNUR, donde exponían los peligros, riesgos y desafíos de volver en aquella época del conflicto armado.
¨Regresamos no porque no tuviéramos miedo, regresamos por que El Salvador es nuestro país¨ afirman habilitantes de Santa Marta y acá estaban las tierras que por años cultivamos, regresar significaba luchar, porque sabíamos que aun había guerra, sabíamos que no era algo sencillo, sabíamos que podíamos morir en el intento de habitar nuestras comunidades otra vez, y lo más claro, sabíamos que el enemigo nos seguía odiando, persiguiendo y matando, matando a los campesinos, a las mujeres y a los niños, el enemigo estaba furioso porque la semilla de Santa Marta no murió, no pudieron asesinarla.
Volver era parte de un acto de convicción , porque todo aquello que se conquista con sangre y sacrificio no se abandona fácilmente, cada familia había tenido pérdidas, no solo materiales, no, eso era lo menos importante , las familias perdieron hijos, hermanas, madres, nietos, esposas, amigos y amigas, compañeros y camaradas, eso, solo podía convertirse en coraje y amor por la lucha que no terminaba con regresar, si no, en continuar aportando desde cada acción organizada de la comunidad, desde cocinar colectivamente, hasta tomar el fusil.
¨Cada retorno tuvo su momento y sacrificio, venirse no era facial y quedarse tampoco lo era¨ asegura Rosario Leiva, quien fue parte del Comité de organización del retorno de 1,992, conocido también como ¨El Ultimo Retorno¨, por ser el grupo de población que llego dos meses después de los Acuerdos de Paz, pero también fue el grupo de población que tuvo que quedarse en los Campamentos sin servicio de Salud, sin maestros para dar clases a los niños y niña, sin guardería, pero todo era parte del proceso, del precio de ser refugiados, sin esos sacrificios el regreso no hubiese sido posible.
Por eso cada Santa marteño y Santa marteña este, donde este, vaya, donde vaya, tiene algo que siempre les unirá, la historia que se resume en: Exilio, Refugio y Regreso.
Santa Marta sigue siendo: ¨Tierra donde crece el maíz y nuestra esperanza¨